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viernes, 6 de marzo de 2009

ASUNTOS EXTERIORES V: INDIA

CIUDAD DE DIOS - VARANASI, INDIA
Varanasi, la ciudad habitada más antigua del mundo.
Inmóvil en la historia, indiferente a todo progreso e ignorante de los tiempos modernos.
Como decía un escritor antiguo, "más vieja que la historia, más vieja que la tradición, e incluso que la leyenda y que parece dos veces más vieja que todo lo anterior junto".
Cada año cientos de personas acuden en masa a Varanasi, desde todas las partes de la India, a bañarse a las aguas del Ganges. Acuden a limpiar todos sus pecados,... acuden con la convicción de poder escapar de la angustia de la vida. Van a morir allí o transmigrar a otro estadio mental, van a quemar a sus muertos o simplemente a esparcir sus cenizas sobre las aguas a fin de que sean redimidas para siempre.
Creen que el propio Dios Shiva, gira entorno a las piras incandescentes, y susurra al oído de los muertos el mantra sagrado de la liberación del ciclo sin fin de las reencarnaciones.
Desde antes del amanecer, el dédalo de calles, callejuelas y pasadizos que conducen al río bulle de peregrinos. Yo era allí, uno más de la marabunta humana que habita los laberintos urbanos de esta santa ciudad.
Ricos y pobres, viejos y jóvenes, mujeres y niños, ilustrados y analfabetos, gurús y discipulos, sanos y enfermos, todos con la misma obsesión, el culto al Divino. Menos yo, aún mero observador.
Cuando el sol, se levanta sobre los arenales de la orilla opuesta, sus rayos rojoamarillentos, filtrados por el polvo en suspensión, iluminan un escenario de devociones épicas. Una orilla está densamente poblada, la otra no, una está plenamente edificada, la otra no; una rebosa actividad, la otra solo contemplación,,, como un contrapunto, como una metáfora del paso de un mundo a otro.
Envueltos en esta luz serena, mágica, los creyentes se sumergen en las aguas limosas, juntan las manos sobre el pecho, murmuran oraciones, recogen el agua con sus pequeñas vasijas de bronce y vuelven a derramarla o se riegan la cabeza.
Se sumergen muchas veces, cíclicamente, lanzan guirnaldas de jazmines a la corriente, beben agua en su mano, se lavan los dientes, los saris de las mujeres, los dothis de los hombres....
Abluciones sagradas, ritos y tareas cotidianas. Como siempre en la India, lo sagrado y lo profano, se mezclan naturalmente sin distinción ni choque. En Benarès, aún más.
Me sentía cómodo ahí, con el mero hecho de contemplar el tiempo pasar.
No dan ganas de hablar, sólo observar. Por mucho que te prepares mentalmente, es imposible describirlo. Solo trato de convertir toda mi sensibilidad en algo emotivo.
RITUAL
Después del ritual del baño, el peregrino se dirige con sumo cuidado sin tocar a nadie, sin que nadie le toque. Anda en estado de pureza, a uno de los altares o santuarios que se levantan a la orilla del río, son los "Ghats".
A continuación se inclina delante de la divinidad, y pronuncia un mantra.
El hombre está extasiado, y en ese momento se produce el ansiado encuentro con el Más Allá.
Observo y me froto los ojos, ¿es esto real? ¿Estoy aqui o lo estoy soñando?.
Sobre los ghats, escalinatas o gradas que se extienden por toda la orilla del río, la actividad crece minuto a minuto. A media mañana; el sol incandescente arroja a todos hasta la sombra de los templos y las calles del mercado. No se puede soportar el sofocante calor. No hay plazoletas, no es un urbanismo de vacíos. Todo es denso, y te envuelve acompañado de un sudor pegajoso.
Ascienden por el aire, las cantinelas de los rezos acompañadas por los timbales y las campanillas. De repente, un grupo de gente, lleva un muerto envuelto en un manto de color blanco o amarillo, según su sexo, casta o condición. Pasa a dos centrímetos de mi cara.
LAVADEROS
Los bramanes con el torso desnudo, y el cordón emblema de su casta en diagonal sobre el pecho desde el hombro hasta la cadera, despliegan sus textos sagrados, recitan las epopeyas del Ramayana y Mahabaratha y muestran con su ejemplo, cómo se cumplen con exactitud los ritos de la purificación.
Masajistas, peluqueros, adivinadores del futuro ofrecen sus servicios,.... Los gurús bajo sus sombrillas de palma tejida, imparten doctrinas a sus discípulos sentados en círculo o aconsejan a algún devoto aislado.
Otros muchos meditan, o practican las posturas de yoga.
Un shadu - monje peregrino y renunciante- con su larga cabellera trenzada con hierbas, su cuerpo cubierto de cenizas y sus ojos vidriosos de hachis, está sentado con las piernas entrecruzadas en la posición del loto... completamente inmóvil. Sobre sus rodillas descansa el tridente identificador de Shiva.
La ciudad está dedicada a este Dios, y el Ganges es su río desde que lo hiciera fluir por su cabellera..y permitirle nacer en Gangotri, en lo alto del Himalaya. La carga emocional es parecida en ambos lugares por mí conocidos, si bien Benarés deja más poso sensorial.
Continúo observando barcas cargadas de turistas, suben y bajan por el río, a cierta distancia de la orilla. Contemplan el espectáculo sin dejar de manejar sus cámaras, mientras los vendedores de recuerdos, desde sus lanchas cargadas de acordeones de postales, ingeniosos juguetes de latón, ranas saltarinas y miniaturas de Ganesh, Krihsna o Rama, no cesan de acosarles.
No hay viajero que pueda permanecer indiferente ante tanto estímulo visual.
Al contrario, más bien se maravilla de semejantes escenas y abigarramiento.
Se necesita, sin embargo, abstraerse de la fe ciega de los hindúes en su propia religión o de un cierto cinismo materialista, para no quedar aniquilado por los olores ni por la miseria de los innumerables mendigos, leprosos y tullidos que se alinean en las calles de acceso a Dashashwamedh Ghat, las escalinatas más sagradas de la ciudad, donde Brahma cumplió diez veces el sacrificio védico del caballo.
No puedes anular tus sentidos por el espectáculo de una vaca muerta flotando sobre las aguas entre las barcas o el olor a carne quemada que se percibe cuando se pasa frente a los ghats de cremación.
De repente, de entre la colorida muchedumbre, surge un mozuelo gris que me dice que ayuda a quemar a los muertos en Marnikarnica. Tanto tiempo en la India, debo parecerle un hindú, pues me invita esta noche a penetrar en el mundo de lo místico y ultra sensorial que significa ver ese lugar, estrictamente prohibido a los no hindúes, en primer plano. Tengo toda una tarde para preparar mi disfraz de indio de toda la vida. Punto rojo sobre la frente incluído.
BUFALOS EN EL RIO
Paso el tiempo asimilando la ciudad. Recorro la plástica fachada de Benarés que surge del mismo río. Los ghats se extienden longitudinalmente unos seis kilómetros. Un escenario oriental indescriptible pero sin esplendor. No se puede pasar de uno a otro, debido al nivel variante del agua. Vas zigzageando por entre los observatorios y los callejones circundantes. A veces te pierdes, pero el río siempre es referencia.
Cada esquina guarda un secreto, y cada paso una sorpresa. Voy saltando entre templos dedicados a todos los dioses del panteón hinduista, y sus palacios roídos por el azote de las lluvias monzónicas.
Estos palacios envejecidos fueron construídos como moradas de descanso, antesalas de la muerte, por aquellos maharajás, antaño fastuosos, y cuyos poderes totalitarios fueron anulados por las reformas políticas tras la salida de los ingleses.
Todavía alguno de estos príncipes feudales viene a residir episódicamente o a esperar el término de sus días.
Desde hace mil años, morir en Varanasi equivale a más de cien años de penitencia, y se hace semisumergido en la madre "Ganga".
De los setenta ghats, cada uno con su lingam fálico en representación de Shiva, cinco son especialmente sagrados.
El buen peregrino debe bañarse sucesivamente en cada uno de ellos, en el mismo día y siguiento un orden predeterminado.
El primero de ellos, Asi Ghat, en el extremo sur de la ciudad, se halla en la confluencia del pequeño rio Asi y el Ganges.
Dashashwamedh Ghat es el más concurrido, pues en él se efectúa el embarque de los turistas, y se juntan la mayoría de aquellos que proponen sus servicios, sean espirituales como los sacerdotes o materiales como los masajistas y peluqueros.
Pachaganga Ghat, es el lugar donde se juntan con el Ganges, los otros cuatro ríos sagrados de la India. Manikarnika, es el más sagrado de los ghats. Se dice el más antiguo y donde se efectúan las cremaciones de un modo tradicional. Ser incinerado aquí sobre la losa marcada con las huellas de Vishnú y en una hoguera de madera de sándalo es un privilegio reservado a los brahmanes ricos y a toda familia pudiente.
Los más pobres se han de conformar con boñigas secas de vaca, el combustible más usado en todo el país. Finalmente VarnasHangam, el ghat más alejado en el norte, marca la confluencia del Varuna y del Ganges, recordando que Varanasi proviene de la unión de Varuna y Asi.
En la hora mágica del crepúsculo, cuando el sol se retira por encima de las espiras de los templos, los ghats cobran un nuevo aspecto.
Ya estoy listo, tras transformar mi cara en un hindú mudo (no puedo hablar pues no se "hindi"). Ausencia de ropa, nada más que un dhoti y descalzo, entre toda clase de basuras y alimañas mordedoras. Sin cámaras ni accesorios, cualquier detalle me delataría, penetro entonces en el corazón del hinduismo. El lugar más sagrado de la India.
Comienza el "arati", una ofrenda del fuego al Ganges. Los devotos descienden de nuevo junto a la orilla del río y dejan sobre el agua sus lamparillas de manteca fundida posadas sobre una hoja.
Las frágiles barquitas, se alejan lentamente hasta incorporarse al flujo del río.
En la oscuridad destaca el resplandor de las brasas de las piras de cremación. Al crepitar de la leña al arder se añade, de repente, el estallido de un cráneo. Humo y espíritu ascienden confundidos al reino de los cielos, mientras el Ganges continúa fluyendo, acogedor, misericordioso y eterno.
Estoy asi absorto, hasta el amanecer, los cadáveres no cesan de llegar, las piras no paran de arder, la leña y el sándalo no se acaban nunca...... y yo nunca imaginé tanto olor a carne humana quemada. De pronto, me despierto pues me toca el turno de coger la percha y convertirme en improvisado asador. No puedo hacerlo, es demasiado para mí. Por tanto, doy por concluída mi experiencia, y le digo a mi amigo que ya tengo bastante con lo visto y lo sentido. Estoy lleno de espiritualidad.
Será un momento único, una historia grabada para siempre en mi cerebro.



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